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martes, 28 de febrero de 2023

EL CREDO DE PABLO VI (5ª y última parte)


 


22. Nosotros también, reconociendo por una parte que fuera de la estructura de la Iglesia de Cristo se encuentran muchos elementos de santificación y verdad, que como dones propios de la misma Iglesia empujan a la unidad católica, y creyendo, por otra parte, en la acción del Espíritu Santo, que suscita en todos los discípulos de Cristo el deseo de esta unidad, esperamos que los cristianos que no gozan todavía de la plena comunión de la única Iglesia se unan finalmente en un solo rebaño con un solo Pastor.

23. Nosotros creemos que la Iglesia es necesaria para la salvación. Porque sólo Cristo es el Mediador y el camino de la salvación que, en su Cuerpo, que es la Iglesia, se nos hace presente. Pero el propósito divino de salvación abarca a todos los hombres: y aquellos que, ignorando sin culpa el Evangelio de Cristo y su Iglesia, buscan, sin embargo, a Dios con corazón sincero y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, por cumplir con obras su voluntad, conocida por el dictamen de la conciencia, ellos también, en un número ciertamente que sólo Dios conoce, pueden conseguir la salvación eterna.

24. Nosotros creemos que la misa que es celebrada por el sacerdote representando la persona de Cristo, en virtud de la potestad recibida por el sacramento del orden, y que es ofrecida por él en nombre de Cristo y de los miembros de su Cuerpo místico, es realmente el sacrificio del Calvario, que se hace sacramentalmente presente en nuestros altares. Nosotros creemos que, como el pan y el vino consagrados por el Señor en la última Cena se convirtieron en su cuerpo y su sangre, que en seguida iban a ser ofrecidos por nosotros en la cruz, así también el pan y el vino consagrados por el sacerdote se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo, sentado gloriosamente en los cielos; y creemos que la presencia misteriosa del Señor bajo la apariencia de aquellas cosas, que continúan apareciendo a nuestros sentidos de la misma manera que antes, es verdadera, real y sustancial.

25. En este sacramento, Cristo no puede hacerse presente de otra manera que por la conversión de toda la sustancia del pan en su cuerpo y la conversión de toda la sustancia del vino en su sangre, permaneciendo solamente íntegras las propiedades del pan y del vino, que percibimos con nuestros sentidos. La cual conversión misteriosa es llamada por la Santa Iglesia conveniente y propiamente transustanciación. Cualquier interpretación de teólogos que busca alguna inteligencia de este misterio, para que concuerde con la fe católica, debe poner a salvo que, en la misma naturaleza de las cosas, independientemente de nuestro espíritu, el pan y el vino, realizada la consagración, han dejado de existir, de modo que, el adorable cuerpo y sangre de Cristo, después de ella, están verdaderamente presentes delante de nosotros bajo las especies sacramentales del pan y del vino, como el mismo Señor quiso, para dársenos en alimento y unirnos en la unidad de su Cuerpo místico.

26. La única e indivisible existencia de Cristo, el Señor glorioso en los cielos, no se multiplica, pero por el sacramento se hace presente en los varios lugares del orbe de la tierra, donde se realiza el sacrificio eucarístico. La misma existencia, después de celebrado el sacrificio, permanece presente en el Santísimo Sacramento, el cual, en el tabernáculo del altar, es como el corazón vivo de nuestros templos. Por lo cual estamos obligados, por obligación ciertamente suavísima, a honrar y adorar en la Hostia Santa que nuestros ojos ven, al mismo Verbo encarnado que ellos no pueden ver, y que, sin embargo, se ha hecho presente delante de nosotros sin haber dejado los cielos.

27. Confesamos igualmente que el reino de Dios, que ha tenido en la Iglesia de Cristo sus comienzos aquí en la tierra, no es de este mundo (cf. Jn 18,36), cuya figura pasa (cf. 1Cor 7,31), y también que sus crecimientos propios no pueden juzgarse idénticos al progreso de la cultura de la humanidad o de las ciencias o de las artes técnicas, sino que consiste en que se conozcan cada vez más profundamente las riquezas insondables de Cristo, en que se ponga cada vez con mayor constancia la esperanza en los bienes eternos, en que cada vez más ardientemente se responda al amor de Dios; finalmente, en que la gracia y la santidad se difundan cada vez más abundantemente entre los hombres. Pero con el mismo amor es impulsada la Iglesia para interesarse continuamente también por el verdadero bien temporal de los hombres. Porque, mientras no cesa de amonestar a todos sus hijos que no tienen aquí en la tierra ciudad permanente (cf. Heb 13,14), los estimula también, a cada uno según su condición de vida y sus recursos, a que fomenten el desarrollo de la propia ciudad humana, promuevan la justicia, la paz y la concordia fraterna entre los hombres y presten ayuda a sus hermanos, sobre todo a los más pobres y a los más infelices. Por lo cual, la gran solicitud con que la Iglesia, Esposa de Cristo, sigue de cerca las necesidades de los hombres, es decir, sus alegrías y esperanzas, dolores y trabajos, no es otra cosa sino el deseo que la impele vehementemente a estar presente a ellos, ciertamente con la voluntad de iluminar a los hombres con la luz de Cristo, y de congregar y unir a todos en aquel que es su único Salvador. Pero jamás debe interpretarse esta solicitud como si la Iglesia se acomodase a las cosas de este mundo o se resfriase el ardor con que ella espera a su Señor y el reino eterno.

28. Creemos en la vida eterna. Creemos que las almas de todos aquellos que mueren en la gracia de Cristo —tanto las que todavía deben ser purificadas con el fuego del purgatorio como las que son recibidas por Jesús en el paraíso en seguida que se separan del cuerpo, como el Buen Ladrón— constituyen el Pueblo de Dios después de la muerte, la cual será destruida totalmente el día de la resurrección, en el que estas almas se unirán con sus cuerpos.

29. Creemos que la multitud de aquellas almas que con Jesús y María se congregan en el paraíso, forma la Iglesia celeste, donde ellas, gozando de la bienaventuranza eterna, ven a Dios, como Él es[ y participan también, ciertamente en grado y modo diverso, juntamente con los santos ángeles, en el gobierno divino de las cosas, que ejerce Cristo glorificado, como quiera que interceden por nosotros y con su fraterna solicitud ayudan grandemente nuestra flaqueza.

30. Creemos en la comunión de todos los fieles cristianos, es decir, de los que peregrinan en la tierra, de los que se purifican después de muertos y de los que gozan de la bienaventuranza celeste, y que todos se unen en una sola Iglesia; y creemos igualmente que en esa comunión está a nuestra disposición el amor misericordioso de Dios y de sus santos, que siempre ofrecen oídos atentos a nuestras oraciones, como nos aseguró Jesús: Pedid y recibiréis (cf. Lc 10,9-10; Jn 16,24). Profesando esta fe y apoyados en esta esperanza, esperamos la resurrección de los muertos y la vida del siglo venidero.

Bendito sea Dios, santo, santo, santo. Amén.




domingo, 29 de enero de 2023

EL CREDO DE PABLO VI 4ºparte


 11. Creemos en nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios. El es el Verbo eterno, nacido del Padre antes de todos los siglos y consustancial al Padre, uhomoousios to Patri; por quien han sido hechas todas las cosas. Y se encarnó por obra del Espíritu Santo, de María la Virgen, y se hizo hombre: igual, por tanto, al Padre según la divinidad, menor que el Padre según la humanidad. completamente uno, no por confusión (que no puede hacerse) de la sustancia, sino por unidad de la persona.

12. El mismo habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad. Anunció y fundó el reino de Dios, manifestándonos en sí mismo al Padre. Nos dio su mandamiento nuevo de que nos amáramos los unos a los otros como él nos amó. Nos enseñó el camino de las bienaventuranzas evangélicas, a saber: ser pobres en espíritu y mansos, tolerar los dolores con paciencia, tener sed de justicia, ser misericordiosos, limpios de corazón, pacíficos, padecer persecución por la justicia. Padeció bajo Poncio Pilato; Cordero de Dios, que lleva los pecados del mundo, murió por nosotros clavado a la cruz, trayéndonos la salvación con la sangre de la redención. Fue sepultado, y resucitó por su propio poder al tercer día, elevándonos por su resurrección a la participación de la vida divina, que es la gracia. Subió al cielo, de donde ha de venir de nuevo, entonces con gloria, para juzgar a los vivos y a los muertos, a cada uno según los propios méritos: los que hayan respondido al amor y a la piedad de Dios irán a la vida eterna, pero los que los hayan rechazado hasta el final serán destinados al fuego que nunca cesará.

Y su reino no tendrá fin.

13. Creemos en el Espíritu Santo, Señor y vivificador que, con el Padre y el Hijo, es juntamente adorado y glorificado. Que habló por los profetas; nos fue enviado por Cristo después de su resurrección y ascensión al Padre; ilumina, vivifica, protege y rige la Iglesia, cuyos miembros purifica con tal que no desechen la gracia. Su acción, que penetra lo íntimo del alma, hace apto al hombre de responder a aquel precepto de Cristo: Sed perfectos como también es perfecto vuestro Padre celeste (cf Mt 5,48).

14. Creemos que la Bienaventurada María, que permaneció siempre Virgen, fue la Madre del Verbo encarnado, Dios y Salvador nuestro, Jesucristo y que ella, por su singular elección, en atención a los méritos de su Hijo redimida de modo más sublime fue preservada inmune de toda mancha de culpa original yque supera ampliamente en don de gracia eximia a todas las demás criaturas

15. Ligada por un vínculo estrecho e indisoluble al misterio de la encarnación y de la redención, la Beatísima Virgen María, Inmaculada, terminado el curso de la vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste, y hecha semejante a su Hijo, que resucitó de los muertos, recibió anticipadamente la suerte de todos los justos; creemos que la Santísima Madre de Dios, nueva Eva, Madre de la Iglesia continúa en el cielo ejercitando su oficio materno con respecto a los miembros de Cristo, por el que contribuye para engendrar y aumentar la vida divina en cada una de las almas de los hombres redimidos.

16. Creemos que todos pecaron en Adán; lo que significa que la culpa original cometida por él hizo que la naturaleza, común a todos los hombres, cayera en un estado tal en el que padeciese las consecuencias de aquella culpa. Este estado ya no es aquel en el que la naturaleza humana se encontraba al principio en nuestros primeros padres, ya que estaban constituidos en santidad y justicia, y en el que el hombre estaba exento del mal y de la muerte. Así, pues, esta naturaleza humana, caída de esta manera, destituida del don de la gracia del que antes estaba adornada, herida en sus mismas fuerzas naturales y sometida al imperio de la muerte, es dada a todos los hombres; por tanto, en este sentido, todo hombre nace en pecado. Mantenemos, pues, siguiendo el concilio de Trento, que el pecado original se transmite, juntamente con la naturaleza humana, por propagación, no por imitación, y que se halla como propio en cada uno.

17. Creemos que nuestro Señor Jesucristo nos redimió, por el sacrificio de la cruz, del pecado original y de todos los pecados personales cometidos por cada uno de nosotros, de modo que se mantenga verdadera la afirmación del Apóstol: Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia (cf.Rom 5,20).

18. Confesamos creyendo un solo bautismo instituido por nuestro Señor Jesucristo para el perdón de los pecados. Que el bautismo hay que conferirlo también a los niños, que todavía no han podido cometer por sí mismos ningún pecado, de modo que, privados de la gracia sobrenatural en el nacimiento nazcan de nuevo,del agua y del Espíritu Santo, a la vida divina en Cristo Jesús.

19. Creemos en la Iglesia una, santa, católica y apostólica, edificada por Jesucristo sobre la piedra, que es Pedro. Ella es el Cuerpo místico de Cristo, sociedad visible, equipada de órganos jerárquicos, y, a la vez, comunidad espiritual; Iglesia terrestre, Pueblo de Dios peregrinante aquí en la tierra e Iglesia enriquecida por bienes celestes, germen y comienzo del reino de Dios, por el que la obra y los sufrimientos de la redención se continúan a través de la historia humana, y que con todas las fuerzas anhela la consumación perfecta, que ha de ser conseguida después del fin de los tiempos en la gloria celeste. Durante el transcurso de los tiempos el Señor Jesús forma a su Iglesia por medio de los sacramentos, que manan de su plenitud. Porque la Iglesia hace por ellos que sus miembros participen del misterio de la muerte y la resurrección de Jesucristo, por la gracia del Espíritu Santo, que la vivifica y la mueve. Es, pues, santa, aunque abarque en su seno pecadores, porque ella no goza de otra vida que de la vida de la gracia; sus miembros, ciertamente, si se alimentan de esta vida, se santifican; si se apartan de ella, contraen pecados y manchas del alma que impiden que la santidad de ella se difunda radiante. Por lo que se aflige y hace penitencia por aquellos pecados, teniendo poder de librar de ellos a sus hijos por la sangre de Cristo y el don del Espíritu Santo.

20. Heredera de las divinas promesas e hija de Abrahán según el Espíritu, por medio de aquel Israel, cuyos libros sagrados conserva con amor y cuyos patriarcas y profetas venera con piedad; edificada sobre el fundamento de los apóstoles, cuya palabra siempre viva y cuyos propios poderes de pastores transmite fielmente a través de los siglos en el Sucesor de Pedro y en los obispos que guardan comunión con él; gozando finalmente de la perpetua asistencia del Espíritu Santo, compete a la Iglesia la misión de conservar, enseñar, explicar y difundir aquella verdad que, bosquejada hasta cierto punto por los profetas, Dios reveló a los hombres plenamente por el Señor Jesús. Nosotros creemos todas aquellas cosas que se contienen en la palabra de Dios escrita o transmitida y son propuestas por la Iglesia, o con juicio solemne, o con magisterio ordinario y universal, para ser creídas como divinamente reveladAS. Nosotros creemos en aquella infalibilidad de que goza el Sucesor de Pedro cuando habla ex cathedra y que reside también en el Cuerpo de los obispos cuando ejerce con el mismo el supremo magisterIO.

21. Nosotros creemos que la Iglesia, que Cristo fundó y por la que rogó, es sin cesar una por la fe, y el culto, y el vinculo de la comunión jerárquica. La abundantísima variedad de ritos litúrgicos en el seno de esta Iglesia o la diferencia legítima de patrimonio teológico y espiritual y de disciplina peculiares no sólo no dañan a la unidad de la misma, sino que más bien la manifiestan.



lunes, 9 de enero de 2023

EL CREDO DE PABLO VI 3ºparte


       CENTENARIO DEL MARTIRIO DE LOS APÓSTOLES PEDRO Y PABLO

       HOMILÍA Y PROFESIÓN DE FE 

         DE SU SANTIDAD PABLO VI

                        Plaza de San Pedro, 30 de junio de 1968

Fuente: www.vatican.va 

https://www.vatican.va/content/paul-vi/es/homilies/1968/documents/hf_p-vi_hom_19680630.html



                                       Venerables hermanos y queridos hijos:

1. Clausuramos con esta liturgia solemne tanto la conmemoración del XIX centenario del martirio de los santos apóstoles Pedro y Pablo como el año que hemos llamado de la fe. Pues hemos dedicado este año a conmemorar a los santos apóstoles, no sólo con la intención de testimoniar nuestra inquebrantable voluntad de conservar íntegramente el depósito de la fe (cf.1Tim 6,20), que ellos nos transmitieron, sino también con la de robustecer nuestro propósito de llevar la misma fe a la vida en este tiempo en que la Iglesia tiene que peregrinar era este mundo.

2. Pensamos que es ahora nuestro deber manifestar públicamente nuestra gratitud a aquellos fieles cristianos que, respondiendo a nuestras invitaciones, hicieron que el año llamado de la fe obtuviera suma abundancia de frutos, sea dando una adhesión más profunda a la palabra de Dios, sea renovando en muchas comunidades la profesión de fe, sea confirmando la fe misma con claros testimonios de vida cristiana. Por ello, a la vez que expresamos nuestro reconocimiento, sobre todo a nuestros hermanos en el episcopado y a todos los hijos de la Iglesia católica, les otorgamos nuestra bendición apostólica.

3. Juzgamos además que debemos cumplir el mandato confiado por Cristo a Pedro, de quien, aunque muy inferior en méritos, somos sucesor; a saber: que confirmemos en la fe a los hermanos (cf. Lc 22,32). Por lo cual, aunque somos conscientes de nuestra pequeñez, con aquella inmensa fuerza de ánimo que tomamos del mandato que nos ha sido entregado, vamos a hacer una profesión de fe y a pronunciar una fórmula que comienza con la palabra “creo”, la cual, aunque no haya que llamarla verdadera y propiamente definición dogmática, sin embargo repite sustancialmente, con algunas explicaciones postuladas por las condiciones espirituales de esta nuestra época, la fórmula nicena: es decir, la fórmula de la tradición inmortal de la santa Iglesia de Dios.

4. Bien sabemos, al hacer esto, por qué perturbaciones están hoy agitados, en lo tocante a la fe, algunos grupos de hombres. Los cuales no escaparon al influjo de un mundo que se está transformando enteramente, en el que tantas verdades son o completamente negadas o puestas en discusión. Más aún: vemos incluso a algunos católicos como cautivos de cierto deseo de cambiar o de innovar. La Iglesia juzga que es obligación suya no interrumpir los esfuerzos para penetrar más más en los misterios profundos de Dios, de los que tantos frutos de salvación manan para todos, y, a la vez, proponerlos a los hombres de las épocas sucesivas cada día de un modo más apto. Pero, al mismo tiempo, hay que tener sumo cuidado para que, mientras se realiza este necesario deber de investigación, no se derriben verdades de la doctrina cristiana. Si esto sucediera —y vemos dolorosamente que hoy sucede en realidad—, ello llevaría la perturbación y la duda a los fieles ánimos de muchos.

5. A este propósito, es de suma importancia advertir que, además de lo que es observable y de lo descubierto por medio de las ciencias, la inteligencia, que nos ha sido dada por Dios, puede llegar a lo que es, no sólo a significaciones subjetivas de lo que llaman estructuras, o de la evolución de la conciencia humana. Por lo demás, hay que recordar que pertenece a la interpretación o hermenéutica el que, atendiendo a la palabra que ha sido pronunciada, nos esforcemos por entender y discernir el sentido contenido en tal texto, pero no innovar, en cierto modo, este sentido, según la arbitrariedad de una conjetura.

6. Sin embargo, ante todo, confiarnos firmísimamente en el Espíritu Santo, que es el alma de la Iglesia, y en la fe teologal, en la que se apoya la vida del Cuerpo místico. No ignorando, ciertamente, que los hombres esperan las palabras del Vicario de Cristo, satisfacemos por ello esa su expectación con discursos y homilías, que nos agrada tener muy frecuentemente. Pero hoy se nos ofrece la oportunidad de proferir una palabra más solemne.

7. Así, pues, este día, elegido por Nos para clausurar el año llamado de la fe, y en esta celebración de los santos apóstoles Pedro y Pablo, queremos prestar a Dios, sumo y vivo, el obsequio de la profesión de fe. Y como en otro tiempo, en Cesarea de Filipo, Simón Pedro, fuera de las opiniones de los hombres, confesó verdaderamente, en nombre de los doce apóstoles, a Cristo, Hijo del Dios vivo, así hoy su humilde Sucesor y Pastor de la Iglesia universal, en nombre de todo el pueblo de Dios, alza su voz para dar un testimonio firmísimo a la Verdad divina, que ha sido confiada a la Iglesia para que la anuncie a todas las gentes.

Queremos que esta nuestra profesión de fe sea lo bastante completa y explícita para satisfacer, de modo apto, a la necesidad de luz que oprime a tantos fieles y a todos aquellos que en el mundo —sea cual fuere el grupo espiritual a que pertenezcan— buscan la Verdad.

Por tanto, para gloria de Dios omnipotente y de nuestro Señor Jesucristo, poniendo al confianza en el auxilio de la Santísima Virgen María y de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo, para utilidad espiritual y progreso de la Iglesia, en nombre de todos los sagrados pastores y fieles cristianos, y en plena comunión con vosotros, hermanos e hijos queridísimos, pronunciamos ahora esta profesión de fe.



                                                     PROFESIóN

                                                          de FE


                                       Credo del Pueblo de Dios



8. Creemos en un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Creador de las cosas visibles —como es este mundo en que pasamos nuestra breve vida— y de las cosas invisibles —como son los espíritus puros, que llamamos también ángeles. y también Creador, en cada hombre, del alma espiritual e inmortal

9. Creemos que este Dios único es tan absolutamente uno en su santísima esencia como en todas sus demás perfecciones: en su omnipotencia, en su ciencia infinita, en su providencia, en su voluntad y caridad. ”Él es el que es” como él mismo reveló a Moisés (cf. Ex 3,14), él es Amor, como nos enseñó el apóstol Juan (cf.1Jn 4,8) de tal manera que estos dos nombres, Ser y Amor, expresan inefablemente la misma divina esencia de aquel que quiso manifestarse a si mismo a nosotros y que, “habitando la luz inaccesible”(cf.1Tim 6,16), está en si mismo sobre todo nombre y sobre todas las cosas e inteligencias creadas. Sólo Dios puede otorgarnos un conocimiento recto y pleno de sí mismo, revelándose a sí mismo como Padre, Hijo y Espíritu Santo, de cuya vida eterna estamos llamados por la gracia a participar, aquí, en la tierra, en la oscuridad de la fe, y después de la muerte, en la luz sempiterna. Los vínculos mutuos que constituyen a las tres personas desde toda la eternidad, cada una de las cuales es el único y mismo Ser divino, son la vida íntima y dichosa del Dios santísimo, la cual supera infinitamente todo aquello que nosotros podemos entender de modo humano.

Sin embargo, damos gracias a la divina bondad de que tantísimos creyentes puedan testificar con nosotros ante los hombres la unidad de Dios, aunque no conozcan el misterio de la Santísima Trinidad.

10. Creemos, pues, en Dios, que en toda la eternidad engendra al Hijo; creemos en el Hijo, Verbo de Dios, que es engendrado desde la eternidad; creemos en el Espíritu Santo, persona increada, que procede del Padre y del Hijo como Amor sempiterno de ellos. Así, en las tres personas divinas, que son eternas entre sí e iguales entre sí, la vida y la felicidad de Dios enteramente uno abundan sobremanera y se consuman con excelencia suma y gloria propia de la esencia increada; y siempre hay que venerar la unidad en la trinidad y la trinidad en la unidad. 

sábado, 7 de enero de 2023

EL CREDO DE PABLO VI 2ºParte

 


                                                            RESEÑA BIOGRAFICA

El papa Pablo VI, de nombre secular Giovanni Battista Montini, nace en 1897 en Concesio (Italia) en el seno de una familia vinculada con la política -su padre fue director de Acción católica-. Una vez orientada su vida al sacerdocio, tras los estudios básicos, ingresó en la Academia Pontificia Eclesiástica, cantera del cuerpo gobernante de la Santa sede. Al acabar sus estudios en 1922, ingreso en la secretaria de estado siendo, junto con Domenico Tardini, el más estrecho colaborador de Pio XII.

En 1954 es nombrado arzobispo de Milan, siendo creado Cardenal en 1958 por Juan XXIII. En 1963 es elegido Papa con el nombre de Pablo VI.

Continuo el Concilio Vaticano II, y a su finalización. inicio las reformas acordadas en el mismo, lo que le hizo caminar por una delgada línea entre las diferentes sensibilidades. Potencio el dialogo y el ecumenismo y llevo a cabo la reforma litúrgica.

Sus posiciones sobre los métodos anticonceptivos, expuestas en su encíclica "Humane Vite" fueron ampliamente contestas incluso por los mismos clérigos.

El sufrimiento de ver que no todos los cambios del concilio daban el fruto deseado le hizo caer en una fuerte depresión que le llevo a la muerte en 1978.

Fue canonizado por el papa Francisco en 2018.

sábado, 10 de diciembre de 2022

EL CREDO DE PABLO VI 1ºparte


                                                      I INTRODUCCIÓN: El contexto


El credo que se va a reproducir en este trabajo fue proclamado por S.S. Pablo VI, hoy santo, el 30 de junio de 1968, en la plaza de San Pedro de Roma, durante la misa de clausura del año de la Fe

Vamos a ver a continuación el contexto en el que se da esta proclamación


1968

Nos encontramos en un año en el que la sociedad tradicional y sus normas morales van a ser cuestionadas, al menos las de la sociedad occidental. Recordemos que en ese momento el mundo se encuentra en la Guerra fría.

Una buena parte del mundo está bajo regímenes socialistas; curiosamente en los países regidos por estos, salvo casos puntuales, no se producirá este estacionamiento y los escasos levantamientos populares en los países del este europeo que están bajo la órbita soviética solo son en pro de liberarse de estos regímenes tiránicos.


Uno de los acontecimientos que marcaran este año es el conocido Como "Mayo francés". Todo empieza con una protesta estudiantil, debido a que a los estudiantes varones no les dejan entrar al pabellón de las mujeres. Lo que en principio no parece un tema grave, sera utilizado por intelectuales y activistas de izquierda para intentar generar un movimiento revolucionario. Finalmente, el General de Gaulle y la acción de la derecha conseguirá parar las cosas. En las elecciones consiguientes la izquierda tendrá un pésimo resultado lo que muestra que el movimiento revolucionario que se pretendía no tenía tan gran seguimiento como aparentaba.


Este movimiento revolucionario, aunque no consumado políticamente, si introdujo nuevas ideas tales como el feminismo radical. Siguiendo las tesis del teórico marxista italiano Antonio Gramsci, la izquierda buscará introducirse en el mundo de la cultura, de la educación e incluso la iglesia; infiltrándose en estos ámbitos para acabar modelándolos de acuerdo a sus ideas.


La iglesia postconciliar


Hasta la mitad del siglo XX, la iglesia católica había sido un bloque monolítico; los enemigos eran externos a ella, no existiendo grandes disensiones en su seno. Anclada en una tradición secular, en todas las partes del mundo hablaba con el mismo lenguaje (y no nos referimos únicamente al uso de la lengua latina) No se daban las crisis vocacionales y deserciones que se darían con profusión a partir de los años 60. Ya desde el comienzo de la modernidad en el siglo XVIII, la iglesia sufría persecución sobre todo intelectual por una cultura en la que primaba la razón y el progreso excluyéndolo sobrenatural. La Iglesia en vez de entrar en esta lucha cultural para la que tenía argumentos, pues la razón también puede servir para encontrar a Dios, se replegó sobre sí, cerrándose al diálogo entre fe y razón. Hasta León XIII no hubo una abertura en este sentido. Así por ejemplo León XIII permitió el estudio critico de la Sagrada Escritura, considerando que -aunque sin dejar por ello de estar inspirada por Dios- habría sido influenciada por el contexto geográfico e histórico y la personalidad de sus redactores y copistas.


A partir de siglo XX el empirismo como modo absoluto de conocimiento entrará en crisis; hace su aparición la denominada "nueva ciencia "basada en el estudio del átomo y sus partículas, que mostraba, por ejemplo, que a nivel de partículas subatómicas era posible estar una partícula en dos sitios a la vez, o que no era posible saber dónde estaba una partícula, hizo entrar en crisis a la ciencia empírica del siglo XVIII, aceptando cuestiones como la indeterminación o la relatividad. Estos cambios hacían más posible la aceptación de realidades no siempre contrastables por medios empíricos y ayudo a un nuevo encuentro entre fe y razón.

Por otra parte, el hallazgo de los manuscritos del Mar muerto en 1974, donde aparecieron fragmentos anteriores a la era cristiana, mostró qué a pesar de errores de copistas y otros avatares la escritura se había transmitido con bastante fidelidad, lo que iba en contra de los postulados modernistas.


El Concilio Vaticano II se hizo con el propósito de acercar la fe de la iglesia al mundo actual, pero tras este, lo que se creía que quesería una nueva primavera en la iglesia, se convirtió en un gélido invierno. Esta situación produjo una gran angustia a Pablo VI que sin duda le acerco a la muerte.


Muchos dicen que esta crisis fue debida a las novedades del concilio, y aunque es cierto que los cambios produjeron desorientación, lo cierto es que esta crisis se venía gestando desde principios de siglo, aunque no estallo hasta después del concilio.





El modernismo

La apertura de León XIII en el estudio critico de la Sagrada Escritura también tenía un símil en el mundo protestante. Apareció en tiempos de Pio X una corriente teológica denominada "Modernismo" Esta influenciada por la metodología critica pone en duda que sean ciertos todos los hechos que se narran. Dicen que son una creación de la comunidad. Se distingue entre el Cristo Histórico y el Cristo de la Fe. Este último es como lo vive cada comunidad en un momento dado

La razón solo sirve para los fenómenos empíricos. No aceptan el pensamiento escolástico que razonando sobre los presupuestos básicos de la religión extraía nuevas conclusiones. Ciertamente no se puede conocer a Dios; pero partiendo de la revelación, y por la razón y la lógica se puede profundizar en este conocimiento.


Parala corriente modernista, la religión es una experiencia interior subjetiva. La narración histórica no acepta fenómenos sobrenaturales, así pues, el cristo histórico no es el de la fe.

De aquí se deriva que como todo hombre tiene en su interior la experiencia de Dios como cosa innata, pierde su prioridad el buscarla conversión mediante la evangelización o el bautismo. Lo principal en la eucaristía ya no es la presencia real de Cristo, sino la asamblea de la comunidad. Esta tendencia teológica sea combatida por Pio X que conseguirá frenar su avance, aunque no su extinción.

Según el modernismo, al pasar a ser Dios algo indeterminado, es el hombre el que tiene que obrar para mejorar el mundo presente.

De aquí se pasa a la teología política de donde derivara la "teología de la liberación" concebida esta como una liberación terrena. Esta concepción tiene un paralelo con el marxismo, que será utilizado por la estrategia soviética para infiltrarse en la iglesia. Muchos clérigos ayudarán en los procesos revolucionarios iberoamericanos, que tendrán éxito en Nicaragua y Cuba, donde tras haber utilizado a la iglesia se convierten en regímenes ateos, persiguiendo a esta.


Todo este panorama unido a la deserción de clérigos, a la banalización de lo que antes era indiscutible (formas litúrgicas y disciplina, por ejemplo) produjo una ola de secularizaciones.

Todo esto llevo a Pablo VI a una fuerte depresión y fue motivo de este credo el reafirmar la verdadera fe de la iglesia a estas desviaciones.


El credo

Pablo VI estaba muy influenciado por el teólogo Maritain. Este en su trayectoria se acercó a cuestiones políticas, buscando un régimen político acorde con las doctrinas cristianas. Llego a acercarse a postulados próximos al marxismo. Pero tras ver la crisis posterior al Concilio Vaticano II quiso denunciar esos fallos en su obra "Le paysan de la Garonne" donde dando voz a un campesino de esa región que tienen fama de ser francos expresa su denuncia.


Parece ser que Maritain influencio y ayudo a la composición de este Credo, proclamado para dejar clara la verdadera fe de la Iglesia frente a la tormenta que la acechaba. A continuación, se transcribe el texto completo que consta de una homilía introductoria y el Credo propiamente dicho.