martes, 23 de junio de 2020

MÁXIMAS DE SAN JUAN BOSCO Entrega 1



                                      BIOGRAFIA E INTRODUCCION A LAS MAXIMAS

Texto transcrito de la web: www.conoceadonbosco.com
Juan Bosco nació el 16 de agosto de 1815, en un caserío llamado I Becchi que pertenecía a Castelnuovo de Asti, en el Piamonte italiano. Cuando tenía dos años quedó huérfano de padre. Vivían con él sus dos hermanos, Antonio y José, y su madre mamá Margarita, que permanecerá en su compañía hasta el fin de su vida. En un ambiente familiar muy humilde, ella lo fue educando y acompañando con cariño, con realismo y con un profundo sentido religioso de la vida.
Juan se mostraba despierto, inteligente, trabajador, con una imaginación viva, capaz de encandilar a sus amigos con diversas narraciones y lecturas de aventuras.
Les repetía los sermones que había escuchado en la iglesia y después les entretenía con diversos juegos: caminar por una cuerda tensa, juegos de magia, pruebas de habilidad, instrumentos musicales, canciones, poemas... amaba la naturaleza y sabía leer su lenguaje.
A los nueve años tuvo un sueño que marcó su vida. Se hallaba en medio de una muchedumbre de chiquillos que reían, jugaban y también blasfemaban. Juan intentó hacerles callar con puñetazos. Entonces apareció un personaje que lo llamó por su nombre y le dijo: “No con golpes, sino con dulzura y con amor”. También apareció una Señora que lo tomó de la mano y le hizo ver un extraño ganado de cabritos, perros, gatos, osos y otros animales feroces. “He aquí tu campo en el que debes trabajar, le dijo, hazte humilde, fuerte y robusto”. Enseguida aquellas fieras se fueron transformando en mansos corderos que correteaban en torno al Señor y a la Señora. Juanito se echó a llorar. No entendía nada. La Señora le puso la mano sobre su cabeza y le dijo con cariño: “A su tiempo lo entenderás todo”. Juan se despertó.
Cuando contó este sueño en el ambiente familiar, su madre le dijo convencida: “Quizás un día seas sacerdote”. Y esa iba a ser la ilusión y vocación de su vida, aparecida en la edad de los sueños, que un día se convertiría en realidad.
Para ser sacerdote tiene que estudiar. Juan carece de medios. A los doce años tiene que salir de casa para poder trabajar en el campo y asistir a la escuela.
A los 16 años comienza a vivir en una pequeña ciudad cercana a Castelnuovo: Chieri. Llega a la ciudad como un muchacho de campo, lleno de buena voluntad, con necesidad de buscarse algún trabajo para pagarse la pensión. En Chieri estará 10 años, que corresponden a los años de su juventud. Los cuatro primeros años participa como estudiante en las clases del Instituto, y los seis siguientes como seminarista en el Seminario de Chieri.
A los pocos meses de ordenarse sacerdote, comienza Don Bosco a visitar las cárceles de Turín. Esta experiencia marca el rumbo de sus opciones como educador. Él lo describe con estas palabras:
“Me horrorice al contemplar cantidad de muchachos, de doce a dieciocho años, sanos y robustos, de ingenio despierto, que estaban allí ociosos, atormentados por los insectos y faltos en absoluto del alimento espiritual y material. Constaté, también, que algunos volvían a las cárceles porque estaban abandonados a sí mismos. Quién sabe, decía para mí, si estos muchachos tuvieran un amigo que se preocupase de ellos e instruyese, si no se reduciría el número de los que vuelven a la cárcel”.
Éste fue el detonante que movió el corazón educador del apóstol de los jóvenes: hacer todo lo posible para que el joven no tuviera aquella horrible experiencia. Prevenir y adelantarse a las dificultades y problemas que fuera a encontrar: falta de instrucción, falta de preparación para el trabajo, falta de medios para divertirse conforme a su edad, falta de hogar, falta de afecto y ambiente de familia, falta de referencia parroquial y de curas que lo conocieran... falta de todo.
El 8 de diciembre de 1841 Don Bosco se encuentra con un joven, Bartolomé Garelli, que va a ser el primero en frecuentar las reuniones dominicales con el cura de Turín. En esta clave surgen los dos primeros contratos laborales firmados con jóvenes. Están fechados en 1851 y 1852. Ambos llevan la firma del patrono, del aprendiz y de Don Bosco. El patrono se compromete a enseñar durante tres años el oficio, a corregir al aprendiz con palabras y no con golpes, a dejarle libre los días festivos y a darle quince días de vacaciones. El joven promete trabajar con diligencia. Y Don Bosco ofrece asistencia y garantía para el buen éxito de la conducta del muchacho.
En 1853 Don Bosco comienza a reunir algunos grupos de jóvenes a los que ofrece aprender un oficio. Abre unos pequeños talleres de zapatería y sastrería. El primer maestro es él mismo. En pocos años puede comenzar otros talleres: encuadernación, carpintería, imprenta y cerrajería. Y el mismo trato y conocimiento de las necesidades de los jóvenes le hace escuchar sus peticiones de ampliar las enseñanzas que reciben, hasta llegar a poder estudiar los cursos normales en la propia casa de Don Bosco, y le hacen conocer también que algunos no tienen casa o carecen de condiciones para vivir
en ella. Y Don Bosco hace que sus pequeños centros de diversión, religión y formación sean verdaderas casas de jóvenes.
Éste es el corazón abierto de un auténtico amigo y educador de los jóvenes. Un educador que no dejó escritos muchos libros sobre educación, pero sí dejó con claridad y fuerza su mismo ejemplo y algunas intuiciones escritas que son verdaderos secretos en el difícil arte de educar. Entre sus breves escritos sobre educación destaca un pequeño tratado donde él expone su “Sistema Preventivo”, en él trata de recoger sus experiencias como sacerdote y educador:
“Este Sistema Preventivo descansa por entero en la razón, en la religión y en la bondad, excluyendo todo castigo y humillación”. “El educador ha de hacerse amar de los jóvenes si desea hacerse respetar”. “La educación es cosa del corazón”. “Familiaridad y amistad con los jóvenes. El que quiera ser amado es necesario que demuestre que ama.
El profesor que sólo aparece en la clase será un buen profesor, pero nada más. Pero si conoce a los alumnos y se interesa por ellos será, además, amigo y podrá influir en su vida”.
Para Don Bosco, este modo de educar se convierte en verdadero camino de santidad. “Don Bosco realiza su santidad personal en la educación, vivida con celo y corazón apostólico, y simultáneamente sabe proponerla como meta concreta de su pedagogía. Tal intercambio entre educación y santidad es un aspecto característico de su figura: es educador santo, se inspira en un modelo santo, Francisco de Sales, es discípulo de un maestro santo, José Cafasso, y entre sus jóvenes sabe formar un alumno santo: Domingo Savio” (Juan Pablo II, Juvenum patris 5)
Don Bosco, desde buen principio, contó con la ayuda de colaboradores, sacerdotes y seglares: don Cafasso, don Borel, algunos seminaristas, y algunos de los chicos mayores que habían crecido a su lado. Pero no podía contar con estas personas del todo y para siempre. Algunos amigos y admiradores, como eran Mons. Fransoni, arzobispo de Turín, los ministros Ratazzi y Cavour, del Gobierno del Piamonte, y el mismo Papa Pío IX, le aconsejaban que fundara una asociación religiosa par asegurar la cohesión de los diferentes oratorios y la continuidad de su obra.

Al mucho trabajo que ya llevaba entre manos, como era la organización de los oratorios, o la construcción de nuevos edificios, o la atención de los internos que ya pasaban del centenar, o la publicación de la colección de libros destinados a la formación cristiana de las clases populares, llamada Lecturas Católicas, iniciada el 1853...debía añadir ahora la selección y formación de los colaboradores que quisieran quedarse para siempre con él.

No eran tiempos fáciles. La agitación liberal promovía un espíritu contrario a las congregaciones religiosas. Las guerras de la unidad italiana provocaban una gran desbandada de seminaristas y frailes. Los sucesivos gobiernos piamonteses mantenían una política de expoliación de las propiedades eclesiásticas. Don Bosco se hallaba entre dos aguas: por un lado, superada ya la sorpresa inicial cuando se le creyó un loco y un revolucionario, se ganó el aprecio de las autoridades civiles y eclesiásticas por su labor social y educativa; por el otro la política antieclesiástica hacía que su sueño apareciera como algo arriesgado y condenado al fracaso. Cuarenta años después, al final de su vida, reconocerá que de haber conocido de antemano todas las dificultades que comportaba la fundación de una nueva congregación religiosa, no se hubiera sentido con fuerzas para llevarla a término.

Ya desde 1849 Don Bosco reunía a los jóvenes mayores, entre los que descubría un brote de vocación sacerdotal, y les iba preparando, haciéndoles compartir la responsabilidad educativa de los oratorios. Muchos le fueron dejando, pero otros se quedaron con él. El 26 de enero de 1854 propone a cuatro de ellos realizar una experiencia temporal de cariz pastoral y educativo con los chicos bajo la advocación de San Francisco de Sales, con la posibilidad de comprometerse más delante de una forma estable. Desde aquel día son llamados salesianos los miembros de aquel grupo íntimo de colaboradores. A partir de marzo del año siguiente, algunos de aquellos jóvenes, y otros que se han ido añadiendo, se van comprometiendo de forma estable ya con Don Bosco. La Sociedad de San Francisco de Sales, o Congregación Salesiana, empezará a existir, propiamente, el 18 de diciembre de 1859. Don Bosco y diecisiete colaboradores más se comprometen a formar una comunidad estable, dedicada a la educación y a la formación cristiana de la juventud, especialmente de la más necesitada. Entre ellos escogen como Superior a Don Bosco. Seis meses más tarde, cuando ya son veintiséis, presentan un proyecto de Constituciones al arzobispo Fransoni para su aprobación canónica. En el momento de la aprobación definitiva de las mismas, el 1874, la joven Congregación cuenta con 330 salesianos y dieciséis comunidades repartidas por todo el norte de Italia y el sur de Francia.

Don Bosco se dedicaba a la juventud masculina. En aquella misma época, en un pueblecito del sur del Piamonte, Mórense, el párroco Domingo Pestarino y un grupo de jóvenes muchachas que formaban la Unión de María Inmaculada, habían abierto un taller en donde se enseñaba a coser a las chicas de la población, y las formaban cristianamente. Don Pestarino conoció a Don Bosco y se hizo salesiano, permaneciendo en Mórense como párroco. En octubre de 1864 Don Bosco visita Mórense, invitado por don Pestarino, y conoce aquel grupo de jóvenes educadoras. Con la idea de fundar un Instituto femenino dedicado a la educación e las chicas, Don Bosco les propone que empiecen a vivir en común. Será el origen de las Hijas de María Auxiliadora, o Salesianas. El 5 de agosto de 1872, quince de aquellas muchachas, encabezadas por María Mazzarello , que pocos meses antes había sido elegida Superiora de la comunidad, profesan como religiosas del nuevo Instituto.

Don Bosco había deseado, ya desde su época de seminario, ir a las misiones, y mientras estaba en el Colegio Eclesiástico estuvo a punto de hacer las maletas para marchar a tierras lejanas. Pero don Cafasso lo disuadió para que continuara su labor pastoral y educativa entre los jóvenes obreros de Turín. A petición del cónsul argentino, el año 1875 organizó la primera expedición misionera que fue a establecerse en Buenos Aires, a trabajar con los numerosos inmigrantes italianos que allí residían. De Buenos Aires pasaron más tarde los Salesianos a la Patagonia y después a la Tierra del Fuego. Desde entonces cada año ha habido una expedición misionera de salesianos y salesianas que han ido fundando misiones por todos los continentes para continuar la labor pastoral y educativa de Don Bosco entre los jóvenes más necesitados de todos los pueblos.
El espíritu salesiano vivido por Don Bosco se caracteriza por una visión optimista y humanista de la tarea educativa.

Todo joven, por estropeado que pueda parecer, es capaz de crecer y de construirse como persona. Corresponde a su educador saber encontrar el punto desde el cual llegar a su corazón y empezar la labor educativa. Se caracteriza por un modo de hacer alegre. Don Bosco ve en la alegría la manifestación de la felicidad que aporta el Evangelio de Jesús. No son las muchas oraciones las que hacen al cristiano, sino la alegría que irradia porque lleva el tesoro del evangelio dentro de sí.

Otra característica importante es el sentido de la responsabilidad. Don Bosco aconseja en numerosas ocasiones que para “alcanzar la santidad” es necesario empezar haciendo bien las cosas de cada día, cumpliendo bien los deberes de cada uno, a fin de llegar a ser buenos cristianos y honestos ciudadanos.

En la espiritualidad de Don Bosco cuenta mucho la presencia de María. La invoca a menudo con la advocación de auxiliadora de los cristianos, porque está convencido de la presencia maternal de María en toda su obra y, sobre todo, en la labor educativa a favor de los jóvenes más necesitados. A María Auxiliadora dedica el santuario que construye en Turín y a ella confía el Instituto religioso femenino que lleva su nombre.

El estilo educativo de Don Bosco parte del trato asiduo y dialogante del educador con los jóvenes. La convivencia diaria facilita la transmisión de valores y la educación de los chicos. La educación salesiana se hace partiendo de la amistad, de un diálogo cordial y afectuoso. En la educación salesiana no tienen sentido los castigos, es a partir del afecto que se corrige y se educa a la persona en su totalidad, afectando a su personalidad, a su integración en la sociedad y en su apertura a la trascendencia. En Don Bosco el sacramento de la Eucaristía y de la Reconciliación tienen un valor pedagógico indispensable. La meta de la educación es “alcanzar la santidad”, esto es, llegar a ser cristianos auténticos, hombres y mujeres que sepan vivir el evangelio cada día, con responsabilidad y alegría, comprometidos en la vida civil y eclesial.
Don Bosco se mantuvo activo hasta los últimos momentos de su vida. El mes de abril de 1883 visita París donde es recibido con fama de santo; igualmente en abril de 1886 pasa un mes entero en Barcelona donde predica, realiza varias curaciones, y parte también con fama de santo.
Morirá el 31 de enero de 1888 en Turín, después de guardar cama durante un mes, totalmente agotado. Había consumido toda su vida a favor de los jóvenes obreros de Turín y del mundo.

Don Bosco es declarado santo por Pío XI en 1934. En la ciudad de Turín habían convivido y habían trabajado juntos un buen grupo de santos que supieron vivir y testimoniar el evangelio entre los coetáneos de la sociedad pre-industrial: san José Cafasso, san Cottolengo, el beato Luis Guanella (fundador del Instituto de la Divina Providencia). Alumnos de Don Bosco que han sido reconocidos por la Iglesia son: Santo Domingo Savio, los santos protomártires Versiglia y Caravario y los beatos Miguel Rúa, Luis Orione, Felipe Rinaldi...

Con el tiempo, Don Bosco es venerado como patrón la Formación Profesional y de los jóvenes aprendices, de la cinematografía, de Brasilia, de la Patagonia...y es declarado Padre y Maestro de la Juventud por Juan Pablo II en el año 1988, con motivo del centenario de su muerte.
En este contexto de su vida “las máximas” son pequeñas frases dichas casi al oído de sus chicos ; frases que eran como dardos que llegan al corazón y mueven a reflexionar.
He transcrito el texto tal cual. La idea original era hacer un extracto del mismo, pero me ha parecido que está tan bien expuesto que lo dejo tal cual lo escribió su autor para la web conoceadonbosco.com. A continuación pasaremos a la colección de máximas, pidiendo al Señor y a su madre María, venerada por la congregación salesiana como: “Auxiliadora de los cristianos”, que sigan sirviendo de ayuda para ser buenos cristianos, como ya lo hicieron con los jóvenes de Don Bosco en su momento.

domingo, 14 de junio de 2020

“Venid a mi, los que estáis cansados y agobiados, yo os aliviaré... y os haré reposar”



Cuando un corazón está sufriendo, cuando a uno le parece que se le hunde el mundo,
cuando todo es negro, cuando te parece que no hay nada a tu alrededor capaz de
hacerte revivir… no te hundas, no es cierto que no haya nada; existe lo más grande…
hay un corazón que late en ti y contigo, es el corazón de Cristo que comprende el
sufrimiento. También Él sufrió, se encontró solo, hundido y abandonado… Y como Él,
que recurría a Dios Padre, también tú, que sufres, lo tienes… DIOS TE AMA, está a tu
lado, te da fuerza… te dice que no desfallezcas, que el sufrimiento te purifica…
que aquí se acaba todo, pero en la otra vida no sufrirás, serás feliz con Él y con los tuyos
por siempre.
(Montse Llopart)

Publicado en el número 80 de la revista “El amor misericordioso” editada por el Apostolado de la Divina Misericordia en Barcelona.