“Porque Dios no ve las cosas como los hombres: el hombre se fija en las apariencias pero Dios ve el corazón.” (1º Samuel, 16, 7)
Este versículo, referido al rey David, sin duda, en cierta medida es aplicable también a San Andrés Wouters, pues ciertamente, aunque por su apariencia parecía un caso perdido, el Señor debió encontrar su corazón digno para recibir las gracias que le ayudaron, aceptando la verdad de su pecado, a ser fiel y dar su vida por el Señor.
El ejemplo de este Santo nos va a ayudar a no desanimarnos al experimentar nuestra debilidad y nuestra dificultad en obrar lo que es correcto a los ojos del Señor.
Aunque por nuestra debilidad no seamos capaces de hacer las cosas bien, si somos humildes ante el Señor, y tenemos la humildad de reconocerlo, y a pesar de nuestro pecado, seguimos teniendo el anhelo de encontrarle, ciertamente, este nos ayudara con su gracia.
Este es el caso de San Andrés Wouters. Un Santo que llevo una vida nada ejemplar, pero que tuvo la humildad de reconocerlo, y de aceptar el martirio como una gracia para su redención. Al igual que San Dimas, el buen ladrón, la Gracia del Señor le dio, sin duda, el discernimiento necesario para sacar provecho de las circunstancias.
Su Historia
El contexto en el que vivió San Andrés Wouters es la Holanda del siglo XVI. Holanda en esta época es un país rico y superpoblado, pero convulso debido a las revueltas contra Felipe II, apoyadas por los protestantes a quienes Felipe II persiguió; aunque también hay que decir que donde estos dominaban eran igualmente intolerantes con los católicos e incluso entre sus diferentes ramas.
Nos situamos en el año 1572. Las victorias del Duque de Alba les obligaron a refugiarse en islas y lugares recónditos.
Un grupo de estos rebeldes son "Los mendigos del mar" que son corsarios calvinistas que se refugian en las islas costeras.
En una de sus salidas consiguen tomar: Brielle, Flesinga, Dordech y Gorcum. Se ceban especialmente con todo lo católico, asolando iglesias y asesinando a los clérigos que no adjuran de su fe.
El 25 de junio de 1572 atacan Gorcum, una pequeña población católica. Los religiosos se refugian en la ciudadela, pero finalmente serán capturados.
El grupo inicial se compone de 9 franciscanos, 2 legos, el párroco, su coadjutor y otros sacerdotes. A este grupo se unirá un dominico que acudirá a la cárcel para llevarles los sacramentos y que también será detenido.
El grupo definitivo será de 19 personas, conocidos como “los Mártires de Gorcum”. Todos ellos fueron vejados y ahorcados de modo que su agonía fuera prolongada. A este grupo se agregara voluntariamente San Andrés Wouters.
San Andrés Wouters de Heynoord (1542-1572) fue presbítero de la diócesis de Harlem, pero destacaba por su nula ejemplaridad. Bebedor y mujeriego, vivía con una concubina y tenía varios hijos. Su obispo le aparto de toda función sacerdotal.
Al saber la situación de sus compañeros pensó que allí estaban quienes habían sido mejores que él, quería estar con ellos y participar de su suerte aunque él fuera menos virtuoso. En este grupo había religiosos fervientes, pero también se dieron casos de debilidad y algunos renegaron aunque en secreto querían mantener su fe.
Esto hace más admirable el gesto de San Andrés Wouters, pues es signo que de lo débil Dios saca fuerzas.
Los verdugos se emplearon con más dureza con San Andrés, recordándole su vida y pecados, a lo que él respondía: “Adultero he sido, pero no seré un hereje”.
Debido a su poca ejemplaridad, es difícil conocer detalles de la vida de Andres Wouters, pero su historia nos hace pensar que a pesar de su incapacidad para llevar una vida recta, en el fondo tenía un deseo de buscar a Cristo.
Cristo ciertamente le ilumino, pues frente a la actitud de sus verdugos protestantes, quienes por defender sus postulados atacaban y destruían todo lo que contradecía sus postulados para así vivir en una verdad a su medida, San Andrés es consciente de sus acciones erróneas y frente a la verdad de lo que él ha sido, no se defiende. Prefiere acabar su vida en la verdad, pero con la Verdad (en mayúsculas) que es Cristo.
Para que esto último sea más comprensible, me remito a una homilía del papa Francisco, en la que refiriéndose a la muerte del Rey David, nos dice entre otros aspectos, que muere en su pueblo ¡El pueblo de Dios! El papa nos exhorta a nosotros a pedir esa gracia: Morir en la iglesia, como hijos de ella.
David fue un adultero, pero reconoció su pecado y siguió dentro del Pueblo de Dios. San Andrés también tuvo una vida de pecado, pero prefirió, como David, seguir dentro del pueblo de Dios.
Aprendamos pues esta lección: No dejar que nuestros pecados nos saquen de la iglesia. Solo tenemos que tener la humildad de aceptarlos, sabiendo que Dios es más grande y nos puede redimir si seguimos en la casa. Fuera de la iglesia y apoyados en nuestras propias fuerzas es muy difícil sacudirse el pecado.
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Articulo en “Religion en libertad”