lunes, 28 de marzo de 2022

Consagración de Rusia, Ucrania y el mundo al Inmaculado Corazón de María realizada por el Santo Padre Francisco en unión con todos los obispos del mundo el 25 de marzo de 2022


TEXTO DE LA CONSAGRACIÓN

 Oh María, Madre de Dios y Madre nuestra,

nosotros, en esta hora de tribulación,

recurrimos a ti. Tú eres nuestra

Madre, nos amas y nos conoces, nada de lo que nos

preocupa se te oculta. Madre de misericordia, muchas

veces hemos experimentado tu ternura providente,tu

presencia que nos devuelve la paz, porque tú siempre

nos llevas a Jesús, Príncipe de la paz.

Nosotros hemos perdido la senda de la paz. Hemos

olvidado la lección de las tragedias del siglo pasado, el

sacrificio de millones de caídos en las guerras mundiales.

Hemos desatendido los compromisos asumidos como

Comunidad de Naciones y estamos traicionando los

sueños de paz de los pueblos y las esperanzas de los

jóvenes.

Nos hemos enfermado de avidez, nos hemos encerrado

en intereses nacionalistas, nos hemos dejado endurecer

por la indiferencia y paralizar por el egoísmo. Hemos

preferido ignorar a Dios, convivir con nuestras falsedades,

alimentarla agresividad, suprimir vidas y acumular

armas, olvidándonos de que somos custodios de nuestro

prójimo y de nuestra casa común.

Hemos destrozado con la guerra el jardín de la tierra,

hemos herido con el pecado el corazón de nuestro Padre,

que nos quiere hermanos y hermanas. Nos hemos vuelto

indiferentes a todos y a todo, menos a nosotros mismos.

Y con vergüenza decimos: perdónanos, Señor.

En la miseria del pecado, en nuestros cansancios y

fragilidades, en el misterio de la iniquidad del mal y de la

guerra, tú, Madre Santa, nos recuerdas que Dios no nos

abandona, sino que continúa mirándonos con amor,

deseoso de perdonarnos y levantarnos de nuevo. Es Él

quien te ha entregado a nosotros y ha puesto en tu

Corazón inmaculado un refugio para la Iglesia y para la

humanidad. Por su bondad divina estás con nosotros, e

incluso en las vicisitudes más adversas de la historia nos

conduces con ternura.

Por eso recurrimos a ti, llamamos a la puerta de tu

Corazón, nosotros, tus hijos queridos que no te cansas

jamás de visitar e invitar a la conversión.

En esta hora oscura, ven a socorrernos y consolarnos.

Repite a cada uno de nosotros: “¿Acaso no estoy yo aquí,

que soy tu Madre?”. Tú sabes cómo desatarlos enredos

de nuestro corazón y los nudos de nuestro tiempo.

Ponemos nuestra confianza en ti. Estamos seguros de

que tú, sobre todo en estos momentos de prueba, no

desprecias nuestras súplicas y acudes en nuestro auxilio.

Así lo hiciste en Caná de Galilea, cuando apresuraste la

hora de la intervención de Jesús e introdujiste su primer

signo en el mundo. Cuando la fiesta se había convertido

en tristeza le dijiste: «No tienen vino» (Jn 2,3).

Repíteselo otra vez a Dios, oh Madre, porque hoy hemos

terminado el vino de la esperanza, se ha desvanecido la

alegría, se ha aguado la fraternidad. Hemos perdido la

humanidad, hemos estropeado la paz. Nos hemos vuelto

capaces de todo tipo de violencia y destrucción.

Necesitamos urgentemente tu ayuda materna.

Acoge, oh Madre, nuestra súplica.

Tú, estrella del mar, no nos dejes naufragar en la

tormenta de la guerra.

Tú, arca de la nueva alianza, inspira proyectos y caminos

de reconciliación.

Tú, “tierra del Cielo”, vuelve a traerla armonía de Dios al

mundo.

Extingue el odio, aplaca la venganza, enséñanos a

perdonar.

Líbranos de la guerra, preserva al mundo de la amenaza

nuclear.

Reina del Rosario, despierta en nosotros la necesidad de

orar y de amar.

Reina de la familia humana, muestra a los pueblos la

senda de la fraternidad.

Reina de la paz, obtén para el mundo la paz.

Que tu llanto, oh Madre, conmueva nuestros corazones

endurecidos. Que las lágrimas que has derramado por

nosotros hagan florecer este valle que nuestro odio ha

secado. Y mientras el ruido de las armas no enmudece,

que tu oración nos disponga a la paz.

Que tus manos maternas acaricien a los que sufren y

huyen bajo el peso de las bombas. Que tu abrazo

materno consuele a los que se ven obligados a dejar sus

hogares y su país. Que tu Corazón afligido nos mueva a la

compasión, nos impulse a abrir puertas y a hacernos

cargo de la humanidad herida y descartada.

Santa Madre de Dios, mientras estabas al pie de la cruz,

Jesús, viendo al discípulo junto a ti, te dijo: «Ahí tienes a tu

hijo» (Jn 19,26), y así nos encomendó a ti. Después dijo al

discípulo, a cada uno de nosotros: «Ahí tienes a tu madre»

Madre, queremos acogerte ahora en nuestra vida y en

nuestra historia. En esta hora la humanidad, agotada y

abrumada, está contigo al pie de la cruz. Y necesita

encomendarse a ti, consagrarse a Cristo a través de ti.

El pueblo ucraniano y el pueblo ruso, que te veneran con

amor, recurren a ti, mientras tu Corazón palpita por ellos

y por todos los pueblos diezmados a causa de la guerra,

el hambre, las injusticias y la miseria.

Por eso, Madre de Dios y nuestra, nosotros

solemnemente encomendamos y consagramos a tu

Corazón inmaculado nuestras personas, la Iglesia y la

humanidad entera, de manera especial Rusia y Ucrania.

Acoge este acto nuestro que realizamos con confianza y

amor, haz que cese la guerra, provee al mundo de paz. El

“sí” que brotó de tu Corazón abrió las puertas de la

historia al Príncipe de la paz; confiamos que, por medio

de tu Corazón, la paz llegará.

A ti, pues, te consagramos el futuro de toda la familia

humana, las necesidades y las aspiraciones de los

pueblos, las angustias y las esperanzas del mundo.

Que a través de ti la divina Misericordia se derrame sobre

la tierra, y el dulce latido de la paz vuelva a marcar

nuestras jornadas. Mujer del sí, sobre la que descendió el

Espíritu Santo, vuelve a traernos la armonía de Dios.

Tú que eres “fuente viva de esperanza”, disipa la

sequedad de nuestros corazones. Tú que has tejido la

humanidad de Jesús, haz de nosotros constructores de

comunión. Tú que has recorrido nuestros caminos,

guíanos por sendas de paz. Amén.