En esta vida, estamos condicionados por lo
material. Dependemos del alimento, vestido, cobijo, etc.
Nuestra vida está condicionada por estas
cuestiones hasta el extremo de llegar a
competir con los demás por obtenerlas; también someternos a otros o aceptar
pasar por extremos por los que no pasaríamos si no tuviésemos esta necesidad.
La satisfacción de estas necesidades básicas no
agota nuestra sed. Aparecen otras necesidades más profundas tales como
encontrar un sentido a nuestra vida, sentir que nuestra vida no es algo inútil,
que tiene un propósito, de que no somos
mero azar puesto que somos “alguien”.
Experimentamos que somos “alguien” cuando
se nos valora, se nos tiene en cuenta y se nos quiere. Aparece pues otra
necesidad más que es buscar que nos quieran y valoren.
La respuesta natural ante estas cuestiones es que
debes luchar por ti mismo para conseguir
todo esto. El fruto de todo esto es que para obtener lo que queremos nos
ponemos frente al otro. Nos ponemos primero frente al otro. Esta actitud ha
llevado en muchos casos a la perversión, llegándose hasta el extremo de matar.
En lo más profundo del alma, a pesar de las
actitudes descritas, existe un anhelo, un deseo de ser como niños. Por mucho
que nos hayamos endurecido en las luchas de la vida, este anhelo de bondad, de
ser como niños, permanece siempre.
Un niño no se toma preocupación por nada, tiene
siempre la confianza en que sus padres se lo darán todo.
Jesús nos invita a creernos sus palabras que nos
piden confiar en Dios. Nos dice: “Mirad los lirios del campo, cómo crecen, no
se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón en todo su esplendor, se
vistió como uno de ellos. Pues si Dios viste así a la hierba del campo, que hoy
es y mañana se echa al horno, ¿no lo hará mucho mas con vosotros, hombres de
poca fe?” (Mt.6, 28-30)
En una palabra, Jesús nos asegura que Dios vela
por nosotros, por mucho que nos cueste
creerlo.
Si nos creyésemos estas palabras de Jesús y tuviésemos
esta certeza, ciertamente nuestra existencia seria menos dura y cruel. No pensaríamos
tanto en tener que pelear por todo.
Nos podemos mostrar incrédulos, pero seguro que en
nuestra historia no todo es esfuerzo y suerte. Aunque este cuidado de Dios no
obsta a nuestra libertad. Dios nos puede poner unos anhelos, pero solo de
nuestra voluntad depende seguir deseándolos y ponernos en camino para
lograrlos. Seguro que Dios puso las circunstancias, que a veces identificamos
con suerte, que nos ayudaron a conseguir lo que ahora nos puede servir de modo
de vida.
En muchos momentos hemos podido experimentar que teníamos
necesidades que no sabíamos como cubrir y hemos visto como por medios
inesperados Dios proveyó.
Jesús nos invita a creer y descansar en esta
providencia. No obstante, también hay que
decir que las cosas no siempre pasan cómo y cuándo nos gustarían, pero al final experimentamos
que el plan de Dios es mejor que lo que nosotros lo hubiéramos planeado.
Pero tenemos tan dentro de nosotros este espíritu
de desconfianza que cambiar de mentalidad no es fácil.
Acabo con dos sencillos casos que nos pueden
servir de ayuda.
El primer caso
está relacionado con Edith Stein o Santa
Benedicta de la cruz. Un filósofo le pedía consejo. Ella le respondió:
“Si pudiéramos librarle de toda cavilación, le ayudaríamos. ¿Mi consejo?
Hacerse niño y poner la vida con todas sus cavilaciones y búsquedas en
manos de Dios. Y si eso no se consigue orar a Dios al objeto de que nos ayude.
Usted se asombrara de esta sencilla sabiduría
infantil, pero es camino seguro. Si nos ponemos humildes ante Dios el nos concederá
ser como niños.
El segundo caso es el de un sacerdote que nos
cuenta como muchas veces va a su cuarto
con deseo de dormir, al pasar por la capilla, siente como una llamada interior
me le dice: “Entra y permanece conmigo un rato”.
En otros momentos, por el contrario, agobiado por preocupaciones,
mi deseo es estarme un largo rato ante
el Santísimo. En ese momento siento otra voz interior que me dice: “Déjalo
en mis mano y vete a dormir” Le hago caso, encomiendo mi preocupación al Señor y me voy a dormir confiando en él.
Seguro que estos ejemplos te habrán servido de
ayuda. También, a ti lector, se te invita a que puedas gustar “¡qué bueno es el
Señor!” (salmo 35)
Tú puedes dar el primer paso pidiéndole su ayuda,
sin importar tu debilidad. Dios que es
fiel no te fallara.