martes, 23 de abril de 2013

Anhelando confiar en Dios


En esta vida, estamos condicionados por lo material. Dependemos del alimento, vestido, cobijo, etc.
Nuestra vida está condicionada por estas cuestiones  hasta el extremo de llegar a competir con los demás por obtenerlas; también someternos a otros o aceptar pasar por extremos por los que no pasaríamos si no tuviésemos esta necesidad.
La satisfacción de estas necesidades básicas no agota nuestra sed. Aparecen otras necesidades más profundas tales como encontrar un sentido a nuestra vida, sentir que nuestra vida no es algo inútil, que tiene un propósito,  de que no somos mero azar puesto que somos “alguien”.
Experimentamos que somos “alguien” cuando se nos valora, se nos tiene en cuenta y se nos quiere. Aparece pues otra necesidad más que es buscar que nos quieran y valoren.
La respuesta natural ante estas cuestiones es que debes luchar por ti mismo  para conseguir todo esto.  El fruto de todo esto  es que para obtener lo que queremos nos ponemos frente al otro. Nos ponemos primero frente al otro. Esta actitud ha llevado en muchos casos a la perversión, llegándose hasta el  extremo de matar.

En lo más profundo del alma, a pesar de las actitudes descritas, existe un anhelo, un deseo de ser como niños. Por mucho que nos hayamos endurecido en las luchas de la vida, este anhelo de bondad, de ser como niños, permanece siempre.
Un niño no se toma preocupación por nada, tiene siempre la confianza en que sus padres se lo darán todo.

Jesús nos invita a creernos sus palabras que nos piden confiar en Dios. Nos dice: “Mirad los lirios del campo, cómo crecen, no se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón en todo su esplendor, se vistió como uno de ellos. Pues si Dios viste así a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, ¿no lo hará mucho mas con vosotros, hombres de poca fe?” (Mt.6, 28-30)

En una palabra, Jesús nos asegura que Dios vela por nosotros, por mucho que nos  cueste creerlo.
Si nos creyésemos estas palabras de Jesús y tuviésemos esta certeza, ciertamente nuestra existencia seria menos dura y cruel. No pensaríamos tanto en tener que pelear por todo.

Nos podemos mostrar incrédulos, pero seguro que en nuestra historia no todo es esfuerzo y suerte. Aunque este cuidado de Dios no obsta a nuestra libertad. Dios nos puede poner unos anhelos, pero solo de nuestra voluntad depende seguir deseándolos y ponernos en camino para lograrlos. Seguro que Dios puso las circunstancias, que a veces identificamos con suerte, que nos ayudaron a conseguir lo que ahora nos puede servir de modo de vida.
En muchos momentos hemos podido experimentar que teníamos necesidades que no sabíamos como cubrir y hemos visto como por medios inesperados Dios proveyó.

Jesús nos invita a creer y descansar en esta providencia. No obstante, también hay que  decir que las cosas no siempre pasan cómo y cuándo  nos gustarían, pero al final experimentamos que el plan de Dios es mejor que lo que nosotros lo hubiéramos planeado.
Pero tenemos tan dentro de nosotros este espíritu de desconfianza que cambiar de mentalidad no es fácil.

Acabo con dos sencillos casos que nos pueden servir de ayuda.

El primer caso  está relacionado con Edith Stein o Santa  Benedicta de la cruz. Un filósofo le pedía consejo. Ella le respondió:
“Si pudiéramos librarle de toda cavilación, le ayudaríamos.  ¿Mi consejo?  Hacerse niño y poner la vida con todas sus cavilaciones y búsquedas en manos de Dios. Y si eso no se consigue orar a Dios al objeto de que nos ayude.
Usted se asombrara de esta sencilla sabiduría infantil, pero es camino seguro. Si nos ponemos humildes ante Dios el nos concederá ser como niños.

El segundo caso es el de un sacerdote que nos cuenta como  muchas veces va a su cuarto con deseo de dormir, al pasar por la capilla, siente como una llamada interior me le dice: “Entra y permanece conmigo un rato”.
En otros momentos, por el contrario, agobiado por preocupaciones, mi deseo es estarme un largo rato ante  el Santísimo. En ese momento siento otra voz interior que me dice: “Déjalo en mis mano y vete a dormir” Le hago caso, encomiendo mi preocupación al Señor  y me voy a dormir confiando en él.

Seguro que estos ejemplos te habrán servido de ayuda. También, a ti lector, se te invita a que puedas gustar “¡qué bueno es el Señor!” (salmo 35)
Tú puedes dar el primer paso pidiéndole su ayuda, sin importar tu debilidad. Dios que es  fiel no te fallara.