miércoles, 20 de julio de 2022

PROFETAS ELÍAS Y ELISEO V Apendices finales

 



                                                                                                I

                               «La prueba de la oración es el amor concreto por el prójimo»

Catequesis pronunciada el 7 de octubre de 2020 por S.S. el Papa Francisco sobre la oración, mostrando el ejemplo de Elías (Fuente: www.opusdei.org)

Queridos hermanos y hermanas:

Retomamos hoy las catequesis sobre la oración, que interrumpimos para hacer las catequesis sobre el cuidado de la creación y ahora retomamos; y encontramos a uno de los personajes más interesantes de toda la Sagrada Escritura: el profeta Elías.

Él va más allá de los confines de su época y podemos vislumbrar su presencia también en algunos episodios del Evangelio. Aparece junto a Jesús, junto a Moisés, en el momento de la Transfiguración (cfr. Mt 17, 3). Jesús mismo se refiere a su figura para acreditar el testimonio de Juan el Bautista (cfr. Mt 17, 10-13).

En la Biblia, Elías aparece de repente, de forma misteriosa, procedente de un pequeño pueblo completamente marginal (cfr. 1 Re 17, 1); y al final saldrá de escena, bajo los ojos del discípulo Eliseo, en un carro de fuego que lo sube al cielo

(cfr. 2 R2, 11-12). Es por tanto un hombre sin un origen preciso, y sobre todo sin un final, secuestrado en el cielo: por esto su regreso era esperado antes del advenimiento del Mesías, como un precursor. Así se esperaba el regreso de Elías.

La Escritura nos presenta a Elías como un hombre de fe cristalina: en su mismo nombre, que podría significar "Yahveh es Dios", está encerrado el secreto de su misión. Será así durante toda la vida: hombre recto, incapaz de acuerdos mezquinos. Su símbolo es el fuego, imagen del poder purificador de Dios. Él primero será sometido a dura prueba, y permanecerá fiel. Es el ejemplo de todas las personas de fe que conocen tentaciones y sufrimientos, pero no fallan al ideal por el que nacieron.

La oración es la savia que alimenta constantemente su existencia. Por esto es uno de los personajes más queridos por la tradición monástica, tanto que algunos lo han elegido como padre espiritual de la vida consagrada a Dios. Elías es el hombre de Dios, que se erige como defensor del primado del Altísimo. Sin embargo, él también se ve obligado a lidiar con sus propias fragilidades.

Es difícil decir qué experiencias fueron más útiles: si la derrota de los falsos profetas en el monte Carmelo (cfr. 1 Re 18, 20-40), o el desconcierto en

el que se da cuenta que "no soy mejor que mis padres" (cfr. 1 Re 19, 4). En el alma de quien reza, el sentido de la propia debilidad es más valioso que los momentos de exaltación, cuando parece que la vida es una cabalgata de victorias y éxitos. En la oración sucede siempre esto: momentos de oración que nosotros sentimos que nos levantan, también de entusiasmo, y momentos de oración de dolor, de aridez, de pruebas.

La oración es así: dejarse llevar por Dios y dejarse también golpear por situaciones malas y tentaciones. Esta es una realidad que se encuentra en muchas otras vocaciones bíblicas, también en el Nuevo Testamento, pensemos por ejemplo en San Pedro y San Pablo. También su vida era así: momentos de júbilo y momentos de abatimiento, de sufrimiento.

Elías es el hombre de vida contemplativa y, al mismo tiempo, de vida activa, preocupado por los acontecimientos de su época, capaz de arremeter contra el rey y la reina, después de que habían hecho asesinar a Nabot para apoderarse de su viña (cfr. 1 Re 21, 1-24). Cuánta necesidad tenemos de creyentes, de cristianos celantes, que actúen delante de personas que tienen responsabilidad de dirección con la valentía de Elías, para decir: "¡Esto no se hace! ¡Esto es un asesinato!".

Necesitamos el espíritu de Elías. Él nos muestra que no debe existir dicotomía en la vida de quien reza: se está delante del Señor y se va al encuentro de los hermanos a los que Él envía. La oración no es un encerrarse con el Señor para maquillarse el alma: no, esto no es oración, esto es oración fingida.

La oración es un encuentro con Dios y un dejarse enviar para servir a los hermanos. La prueba de la oración es el amor concreto por el prójimo. Y viceversa: los creyentes actúan en el mundo después de estar primero en silencio y haber rezado; de lo contrario su acción es impulsiva, carece de

discernimiento, es una carrera frenética sin meta. Los creyentes se comportan así, hacen muchas injusticias, porque no han ido antes donde el Señor a rezar, a discernir qué deben hacer.

Las páginas de la Biblia dejan suponer que también la fe de Elías ha conocido un progreso: también él ha crecido en la oración, la ha refinado poco a poco. El rostro de Dios se ha hecho para él más nítido durante el camino. Hasta alcanzar su culmen en esa experiencia extraordinaria, cuando Dios se manifiesta a Elías en el monte (cfr. 1 Re 19, 9-13). Se manifiesta no en la tormenta impetuosa, no en el terremoto o en el fuego devorador, sino en el «susurro de una brisa suave» (v. 12). O mejor, una traducción que refleja bien esa experiencia: en un hilo de silencio sonoro.

Así se manifiesta Dios a Elías. Es con este signo humilde que Dios se comunica con Elías, que en ese momento es un profeta fugitivo que ha perdido la paz.

Dios viene al encuentro de un hombre cansado, un hombre que pensaba haber fracasado en todos los frentes, y con esa brisa suave, con ese hilo de silencio sonoro hace volver a su corazón la calma y la paz.

Esta es la historia de Elías, pero parece escrita para todos nosotros. Algunas noches podremos sentirnos inútiles y solos. Es entonces cuando la oración

vendrá y llamará a la puerta de nuestro corazón. Un borde de la capa de Elías podemos recogerlo todos nosotros, como ha recogido la mitad del manto su

discípulo Eliseo. E incluso si nos hubiéramos equivocado en algo, o si nos sintiéramos amenazados o asustados, volviendo delante de Dios con la oración, volverán como por milagro también la serenidad y la paz. Esto es lo que nos enseña el ejemplo de Elías.

                                                                                               II


                                                                              PAPA FRANCISCO

                              MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE

                                                                              El silencio sonoro

Viernes 10 de junio de 2016

Fuente: L'Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 24, viernes 17 de junio de 2016

El cristiano está «de pie» para acoger a Dios, en paciente «silencio» para escuchar la voz y «en salida» para anunciarlo a los demás, con la conciencia de que la fe es siempre «un encuentro». Lo afirmó Papa Francisco en la misa celebrada por la mañana el viernes 10 junio en la capilla de la Casa Santa Marta. Estas tres actitudes, explicó, animan e impulsan la vida de todos aquellos que se sienten vencidos por el miedo en los momentos más difíciles.

«Sabemos que la fe no es una teoría, ni siquiera una ciencia: es un encuentro» dijo Francisco al comienzo de la homilía. La fe «es un encuentro con Dios viviente, con Dios verdadero, con el Creador, con el Señor Jesús, con el Espíritu Santo, es un encuentro». Así, explicó, en la primera lectura tomada del primer libro de Reyes (19, 9.11-16) «habíamos escuchado el encuentro del profeta Elías con Dios». Y «el profeta Elías viene de una larga historia, es un triunfador: ha luchado mucho, mucho por la fe, porque el pueblo de Israel se había alejado de la alianza».

Es más, añadió el Papa, «para usar una palabra del Evangelio, también Jesús lo dice al pueblo de Israel, se había convertido en una "generación adúltera": por una parte quería adorar a Dios y por otra parte a los ídolos». Y hay «una expresión que el profeta Elías dice al pueblo: "¿hasta cuando cojearéis sobre dos pies?». Usa justo la imagen del «cojear con dos pies: no estar ni con Dios ni con los ídolos, tener una pierna en un lado y la otra en el otro, o como decimos nosotros, en la lengua cotidiana, "esta persona está bien con Dios y con el diablo"».

«Elías —afirmó Francisco— ha luchado contra esta situación del pueblo y ha vencido: ha vencido una lucha fuerte contra cuatrocientos profetas de los ídolos, les ha vencido en el monte Carmelo y ha matado a todos con la fuerza de Dios: él es el vencedor». Sin embargo, después, Elías «bajó del monte y sintió la noticia de que la reina Jezabel, mujer cruel y sin escrúpulos, quería matarlo por esto, porque ella era una idólatra». Entonces Elías «ha tenido miedo». Justamente «él, el vencedor, el grande, ha tenido miedo de aquella mujer y se ha ido: huyó». Un miedo que «le hace sentir mal». Tanto que Elías, continuó el Pontífice, se pregunta el por qué: «he hecho tanto y al final siempre la misma historia: huir y defenderme de los idólatras». Y así parece que él «no ya se recupere: mejor la muerte, y cae en una profunda depresión. Yace sobre la tierra, bajo la sombra de un árbol, y quiere morir; entra en ese sueño antes de la muerte, ese sueño de la depresión».

Pero aquí, afirmó el Papa, «el Señor manda el ángel a despertarlo: "¡levántate! toma un poco de pan y de agua"». Y Elías obedece, pero «continúa durmiendo después». El ángel «vuelve una segunda vez» invitándole a levantarse de nuevo. Y, una vez levantado, «llega la otra palabra: "¡sal!"». Entonces, hizo notar Francisco «para encontrar a Dios es necesario volver a la situación en la cual el hombre se encontraba en el momento de la creación: de pie y en camino». Porque «así nos ha creado Dios: a su imagen y semejanza, y en camino». Dice efectivamente el Señor: «vete, ve adelante, cultiva la tierra, hazla crecer, y multiplicaos». Y dice también: «sal y vete al monte y detente sobre el Monte ante mi presencia». Aquí refiere el libro de los Reyes —que «Elías se puso de pie y una vez en pie, sale».

En el Evangelio, en particular «en la parábola del hijo pródigo», se encuentra la misma situación. Es la realidad en la cual se encuentra precisamente aquel hijo, «cuando había caído en depresión y miraba a los cerdos comer y él tenía hambre». En aquel momento «pensó en su padre y se dijo así mismo: "me levantaré e iré" para encontrar al padre». Vuelven estas dos palabras: «álzate» y «sal» sugirió Francisco.

Así que Elías, prosiguió el Papa, «subió al monte para encontrar al Señor y he aquí que el Señor pasó». Y ¿cómo pasó el Señor? ¿Cómo pasa el Señor? ¿Cómo puedo encontrar al Señor para estar seguro que es Él?» se preguntó Francisco, releyendo la página del Antiguo Testamento: «Antes que nada, hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebrantaba las rocas ante Yahveh, pero Yahveh no estaba en ese ruido, en esa majestuosidad, no estaba». Y también, «después del huracán, un temblor de tierra; pero no estaba Yahveh en el temblor. Después del temblor, fuego, pero no estaba Yahveh en el fuego». Elías, afirmó el Pontífice «miraba y esperaba al Señor: mucho ruido, mucha majestuosidad, mucho movimiento y el Señor no estaba ahí». Finalmente «después del fuego, el susurro de una brisa suave o, como aparece precisamente en el original, "el hilo de un silencio sonoro". Y ahí estaba el Señor».

«Para encontrar al Señor —hizo presente el Papa— es necesario entrar en nosotros mismos y sentir ese "hilo de silencio sonoro"», porque «Él nos habla ahí». Y «¿qué pasa?», se preguntó. La respuesta está en ese «¡Ve!», porque el Señor «nos da la misión» como a Elías: «Anda vuelve por tu camino hacia el desierto y ungirás un rey y a Eliseo como profeta tu sucesor». Para Elías «está la misión» por cumplir.

Y la misión de Elías «sugiere tres cosas claras», dijo el Papa. «Para ir a buscar al Señor, en pie y saliendo de nosotros mismos, en camino», la primera cosa clara es precisamente estar «en pie y en camino». El segundo punto es «tener el valor de esperar ese susurro, ese "hilo de silencio sonoro", cuando el Señor habla al corazón y nos encontramos». La tercera cosa es la «misión», la invitación a volver sobre los propios pasos para seguir «adelante».

He aquí «el mensaje que este pasaje de la Escritura hoy nos enseña», afirmó Francisco, recordando: «Debemos siempre buscar al Señor: todos nosotros sabemos cómo son los momentos malos, momentos que nos derrumban, momentos sin fe, oscuros, momentos en donde no vemos el horizonte, no somos capaces de levantarnos, todos lo sabemos». Pero «es el Señor que viene, nos reconforta con su pan y con su fuera y nos dice "álzate y sigue adelante, camina"». Por ello, prosiguió el Papa, «Para encontrar al Señor debemos estar así: en pie y en camino; después «esperar que Él nos llame: corazón abierto». Y «Él nos dirá "soy yo"; y ahí la fe se hará fuerte». Pero la fe, añadió Francisco, «¿es para mí, para conservarla? No, es para ir y darla a los demás, para ungir a los demás, para la misión». Por lo tanto, «en pie y en camino; en silencio para encontrar al Señor; y en misión para llevar este mensaje, esta vida a los demás». Precisamente «esta es la vida del cristiano que podemos ver aquí, en este pasaje del primer libro de los Reyes».

El Pontífice, en conclusión, rezó para «que el Señor nos ayude siempre: Él está siempre ahí, para ayudarnos a ponernos de nuevo en pie». Y si también caemos, se debe tener la fuerza para «alzarse» para estar «en camino, no cerrados dentro del egoísmo de nuestra comodidad: ser pacientes, para esperar su voz y el encuentro con Él y también valientes en la misión y llevar a los demás el mensaje del Señor».

                                                                                              FIN

Publicado el día de la memoria litúrgica del profeta san Elías (20 de julio)