miércoles, 1 de octubre de 2014

LA ORACIÓN EN SANTA TERESA DE LISIEUX

 

                                                                
 Esta joven carmelita, fallecida a los 24 años, nos ha legado una intensa vivencia espiritual, tan fructífera, que ha tenido como consecuencia que haya sido proclamada, por el también santo Juan Pablo II, como doctora de la iglesia.
En este trabajo se va a vislumbrar como era su oración.
Su legado espiritual nos ha llegado a través de su autobiografía, escrita por obediencia, que se conoce como “Historia de un alma”. También en su correspondencia epistolar encontramos numerosas narraciones de su vivencia espiritual. Tomaremos algunos ejemplos de sus obras para intentar comprender sus experiencias.
Para comprender mejor a nuestra santa, vamos a acudir primero a otro gran santo y maestro: San Juan de la Cruz.
San Juan de la Cruz nos explica que en la oración existen diversos grados:
1º El de principiantes. En este grado nos dejamos llevar por lo sensible, por la belleza de las formas de oración, por los sentimientos que esta provoca, por la paz que nos da, etc. En una palabra buscamos gusto y consuelo en la oración.
2º La Noche. El paso anterior tiene el riesgo de que nos quedemos en el gusto que la oración nos da. Aunque nos haya servido para acercarnos a la oración y al interés por Dios, puede distraer el objetivo de nuestro deseo, que no es
otro que el encuentro con Dios, a solo desear el gusto que la oración nos da.
Dios que nos ama y desea encontrarse con nosotros, nos quita todo este gusto. Es lo que se conoce como “La noche”.
La oración se nos hace como aburrida, sin gusto. Solo la fe nos sigue diciendo que Dios está ahí, aunque no notemos nada. Solo el amor a Dios y el deseo de encontrarle nos hace perseverar en este desierto. Es un modo de amor más puro, pues no está condicionado a obtener ya algo de Dios.
Sin embargo Dios en este estado no nos abandona. Él trabaja misteriosamente en nosotros. Un modo de iluminarnos, por ejemplo, es que nos veamos defectos que antes no nos veíamos, pero sin deprimirnos por ello, sabiendo que Dios nos ama así. Solo tenemos que poner la fe y la esperanza y permanecer en este silencio. La repetición de una jaculatoria tal como: “Señor ten piedad de mi” nos ayudara a mantenernos en este estado.
3º “Los Contemplativos” son quienes ya han experimentado los frutos de esta oración silenciosa y perseveran en ella.

En los textos de la pequeña Teresa que referiremos a continuación vamos a ver como ella vive ese proceso de “La noche”.
Al comienzo del capítulo VIII, del manuscrito A, de “Historia de un Alma”, Teresa nos refiere el retiro espiritual previo a su profesión religiosa:

“Esos ejercicios, no sólo me proporcionaron ningún consuelo, si no que en ellos la aridez más absoluta y casi el abandono fueron mis compañeros”

Pero no se desanima ante esta situación. Confía en que en ese aparente silencio Dios está trabajando:

“Debería entristecerme por dormirme (¡después de siete años!) en la oración y durante la acción de gracias. Pues bien, no me entristezco….Pienso que los niños agradan tanto a sus padres mientras duermen como cuando están despiertos; pienso que los médicos para hacer las operaciones duermen a los enfermos. En una palabra, pienso que “el Señor conoce nuestra masa, se acuerda de que no somos más que polvo”.(sal 102,14)

La santa nos dice que esta vivencia no fue puntual, pero que a su vez nota la mano de Dios:


“Mis ejercicios para la profesión fueron, pues, como todos los que vinieron después, unos ejercicios de gran aridez. Sin embargo, Dios me mostró claramente, que sin que yo me diera cuenta, la forma de agradarle y de practicar las más sublimes virtudes.
He observado muchas veces que Jesús no quiere que haga provisiones. Me alimenta momento a momento con un alimento nuevo, que encuentro en mí sin saber de dónde viene…Creo simplemente que Jesús , escondido en el fondo de mi pobre corazón, es quién me concede la gracia de actuar en mí y quien me hace descubrir lo que él quiere que haga en cada momento”.

Este último párrafo nos muestra el fruto de no esperar nada inmediato en la oración y limitarse a confiar en Dios. Ve que Dios le ayuda en el momento preciso.

En el capitulo XI, del manuscrito C, de “Historia de un Alma” es donde más extensa y implícitamente se refiere a la oración.
Empieza hablándonos del poder de la oración. Comienza narrando una experiencia en la que experimenta lo que nos dice Jesús:


“Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.” (Mateo, 18, 19-20)

Pasemos a lo que nos refiere la santa: La única novicia que había en ese momento acude toda radiante a referirle un sueño:

“Estaba con mi hermana e intentaba desasirla de todas las vanidades a las que está tan apegada. Para lograrlo, me puse a explicarle esta estrofa del Vivir de amor: “¡Jesús, amarte es pérdida fecunda! Tuyos son mis perfumes para siempre”. Yo veía que mis palabras penetraban en su alma, y estaba loca de alegría. Esta mañana, al despertarme, pensé que quizás Dios quería que le ofreciese esta alma. ¿Y si le escribiera después de la cuaresma contándole mi sueño y diciéndole que Jesús la quiere toda para sí?”

Teresa le dice que no le parece mal, pero que antes se debe pedir permiso a la madre superiora.
La madre, sorprendida, les responde que las carmelitas no es con cartas, si no con la oración, como salvan a las almas.
Teresa y su novicia se ponen a rezar con fe. Al final de la cuaresma esta alma se consagra al Señor.

“..¡un milagro alcanzado por el fervor de una humilde novicia!
¡Qué grande es, pues el poder de la oración! Se diría que es como una reina que en todo momento tiene acceso libre al rey y que puede alcanzar todo lo que pide.”

Todo un ejemplo a imitar. Si nos creyéramos con fe estas palabras de Jesús, las usásemos con recta intención y nos aplicásemos a ello, ¡cuántos bienes no obtendríamos!
Las experiencias que se narran en este manuscrito y capitulo se desarrollan en 1896 y 1897, últimos dos años de la vida de la Santa. La experiencia espiritual de Teresa ha crecido, y con ella su profundización en la oración.
Ya no se conforma con la oración formal. Dejemos que ella misma nos lo cuente:

“Para ser escuchadas, no hace falta leer en un libro una hermosa fórmula compuesta para esa ocasión. Si fuese así… ¡que digna de lástima sería yo…! Fuera del Oficio divino, que tan indigna soy yo de recitar, no me siento con fuerzas para sujetarme a buscar en los libros hermosas oraciones; me produce dolor de cabeza, ¡hay tantas…, y a cada cual más hermosa..! No podría rezarlas todas, y, al no saber cuál escoger, hago como los niños que no saben leer: le digo a Dios simplemente lo que quiero decirle, sin componer frases hermosas, y él siempre me entiende”

A continuación nos va a decir cómo vive ella la oración:

“Para mí, la oración es un impulso del corazón, una simple mirada lanzada hacia el cielo, un grito de gratitud y de amor, tanto en medio del sufrimiento como en medio de la alegría. En una palabra, es algo grande, algo sobrenatural que me dilata el alma y me une a Jesús.”

Pero a continuación va a dejar claro que sus dificultades para la oración vocal no implican desprecio de la misma. Al contrario, valora la recitación comunitaria de la liturgia de las horas. Ahí siente como la comunidad ayuda a cada miembro:

“No quisiera, sin embargo, Madre querida, que pensara que rezo sin devoción las oraciones comunitarias en el coro o las ermitas. Al contrario, soy muy amiga de las oraciones comunitarias, pues Jesús nos prometió estar en medio de los que se reúnen en su nombre; siento entonces que el fervor de mis hermanas suple al mío”

Por último nos habla de sus dificultades en el rezo del rosario. La Santa tiene un gran amor por María, pero experimenta la paradoja de que le cuesta centrarse en una oración tan mariana. Pero ella no se rinde, ve también una ocasión para ejercitar su fe y confianza en María. Tiene la confianza de que María conoce a su buena intención.
Dejemos que ella misma nos lo cuente:

“Pero rezar yo sola el rosario (me da vergüenza decirlo) me cuesta más que ponerme un instrumento de penitencia… ¡Se que lo rezo tan mal! Por más que me esfuerzo por meditar los misterios del rosario, no consigo fijar la atención… Durante mucho tiempo viví desconsolada por esta falta de atención, que me extrañaba, pues amo tanto a la Santísima Virgen que debería resultarme fácil rezar en su honor unas oraciones que tanto le agradan. Ahora me entristezco ya menos, pues pienso que, como la Reina de los cielos es mi Madre, ve mi buena voluntad y se conforma con ella.
A veces, cuando mi espíritu está tan seco que me es imposible sacar un solo pensamiento para unirme a Dios, rezo muy despacio un “Padrenuestro”, y luego la salutación angélica. Entonces esas oraciones me encantan y alimentan mi alma mucho más que si las rezase precipitadamente un centenar de veces…
La Santísima Virgen me demuestra que no está disgustada conmigo. Nuca deja de protegerme en cuanto la invoco. Si me sobreviene una inquietud o me encuentro en un aprieto, me vuelvo rápidamente hacia ella, y siempre se hace cargo de mis intereses como la más tierna de las madres. ¡Cuántas veces, hablando a las novicias, me ha ocurrido invocarla y sentir los beneficios de su protección maternal…!